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Domingo VI Tiempo Ordinario. Año B (Mc 1,40-45). Padre David de Jesús.

El Evangelio de hoy (Mc 1,40-45):

EN aquel tiempo, se acercó a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas:

«Si quieres, puedes limpiarme».

Compadecido, extendió la mano y lo tocó diciendo:

«Quiero: queda limpio».

La lepra se le quitó inmediatamente y quedó limpio. Él lo despidió, encargándole severamente:

«No se lo digas a nadie; pero para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés, para que les sirva de testimonio».

Pero cuando se fue, empezó a pregonar bien alto y a divulgar el hecho, de modo que Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en lugares solitarios; y aun así acudían a él de todas partes.

Textos para profundizar:

Oración colecta

OH, Dios, que prometiste permanecer

en los rectos y sencillos de corazón,

concédenos, por tu gracia, vivir de tal manera

que te dignes habitar en nosotros.

Por nuestro Señor Jesucristo.

Primera Lectura  Lev 13, 1-2. 44-46

EL Señor dijo a Moisés y a Aarón:

«Cuando alguno tenga una inflamación, una erupción o una mancha en la piel, y se le produzca una llaga como de lepra, será llevado ante el sacerdote Aarón, o ante uno de sus hijos sacerdotes.

Se trata de un leproso: es impuro. El sacerdote lo declarará impuro de lepra en la cabeza.

El enfermo de lepra andará con la ropa rasgada y la cabellera desgreñada, con la barba tapada y gritando: “¡Impuro, impuro!”. Mientras le dure la afección, seguirá siendo impuro. Es impuro y vivirá solo y tendrá su morada fuera del campamento».

Salmo responsorial Sal 31, 1-2. 5. 11 (R/.: cf. 7)

R/.   Tú eres mi refugio, me rodeas de cantos de liberación.

        V/.   Dichoso el que está absuelto de su culpa,

                a quien le han sepultado su pecado;

                dichoso el hombre a quien el Señor no le apunta el delito

                y en cuyo espíritu no hay engaño.   R/.

        V/.   Había pecado, lo reconocí,

                no te encubrí mi delito;

                propuse: «Confesaré al Señor mi culpa»,

                y tú perdonaste mi culpa y mi pecado.   R/.

        V/.   Alegraos, justos, y gozad con el Señor;

                aclamadlo, los de corazón sincero.   R/.

Antífona de comunión    Jn 3,16

Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna.

Oración después de la comunión

ALIMENTADOS con las delicias del cielo,

te pedimos, Señor,

que procuremos siempre

aquello que nos asegura la vida verdadera.

Por Jesucristo, nuestro Señor.

1443. Durante su vida pública, Jesús no sólo perdonó los pecados, también manifestó el efecto de este perdón: a los pecadores que son perdonados los vuelve a integrar en la comunidad del pueblo de Dios, de donde el pecado los había alejado o incluso excluido. Un signo manifiesto de ello es el hecho de que Jesús admite a los pecadores a su mesa, más aún, Él mismo se sienta a su mesa, gesto que expresa de manera conmovedora, a la vez, el perdón de Dios (cf. Lc 15) y el retorno al seno del pueblo de Dios (cf. Lc 19,9).



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