El Evangelio de hoy (Lc 21,34-36):
✠
EN aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Tened cuidado de vosotros, no sea que se emboten vuestros corazones con juergas, borracheras y las inquietudes de la vida, y se os eche encima de repente aquel día; porque caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra.
Estad, pues, despiertos en todo tiempo, pidiendo que podáis escapar de todo lo que está por suceder y manteneros en pie ante el Hijo del hombre».
Textos para profundizar:
San Juan de la Cruz. Subida del Monte Carmelo:
“Estas imperfecciones habituales son: como una común costumbre de hablar mucho, un asimientillo a alguna cosa que nunca acaba de querer vencer, así como a persona, a vestido, a libro, celda, tal manera de comida y otras conversacioncillas y gustillos en querer gustar de las cosas, saber y oír, y otras semejantes. Cualquiera de estas imperfecciones en que tenga el alma asimiento y hábito, es tanto daño para poder crecer e ir adelante en virtud, que, si cayese cada día en otras muchas imperfecciones y pecados veniales sueltos, que no proceden de ordinaria costumbre de alguna mala propiedad ordinaria, no le impedirán tanto cuanto el tener el alma asimiento a alguna cosa.
Porque, en tanto que le tuviere, excusado es que pueda ir el alma adelante en perfección, aunque la imperfección sea muy mínima. Porque eso me da que una ave esté asida a un hilo delgado que a uno grueso, porque, aunque sea delgado, tan asida se estará a él como al grueso, en tanto que no le quebrare para volar. Verdad es que el delgado es más fácil de quebrar; pero, por fácil que es, si no le quiebra, no volará. Y así es el alma que tiene asimiento en alguna cosa, que, aunque mas virtud tenga, no llegará a la libertad de la divina unión”. (San Juan de la Cruz. Subida del Monte Carmelo 1,11,4).
Señor, quítame los amarres, los gruesos y los delgados, haz que mi alma sea liviana, que pueda acudir a Tu llamado sin impedimentos, que agradezca todo cuanto le has dado, pero que sólo dependa de Ti y no de Tus consuelos.
María, Madre mía, dame el gran regalo de que la muerte me encuentre en los brazos de mi Señor. Ayúdame a soltar mis apegos, a trabajar mucho para que mis ojos le miren sólo a ÉL, para que nada ni nadie me distraiga de ÉL.
Renuevo mi consagración a Ti, dulce Reina de La Paz.