El Evangelio de hoy (Mc 14,12-16.22-26):
✠
EL primer día de los Ácimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dijeron a Jesús sus discípulos:
«¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?».
Él envió a dos discípulos diciéndoles:
«Id a la ciudad, os saldrá al paso un hombre que lleva un cántaro de agua; seguidlo, y en la casa adonde entre, decidle al dueño: “El Maestro pregunta: ¿Cuál es la habitación donde voy a comer la Pascua con mis discípulos?”.
Os enseñará una habitación grande en el piso de arriba, acondicionada y dispuesta. Preparádnosla allí».
Los discípulos se marcharon, llegaron a la ciudad, encontraron lo que les había dicho y prepararon la Pascua.
Mientras comían, tomó pan y, pronunciando la bendición, lo partió y se lo dio diciendo:
«Tomad, esto es mi cuerpo».
Después tomó el cáliz, pronunció la acción de gracias, se lo dio y todos bebieron.
Y les dijo:
«Esta es mi sangre de la alianza, que es derramada por muchos. En verdad os digo que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba el vino nuevo en el reino de Dios».
Después de cantar el himno, salieron para el monte de los Olivos.
Textos para profundizar:
Para leer algunos números del Catecismo relativos al misterio eucarístico pulsa en este enlace:
San Juan Pablo II. Ecclesia de Eucharistia:
25. El culto que se da a la Eucaristía fuera de la Misa es de un valor inestimable en la vida de la Iglesia. Dicho culto está estrechamente unido a la celebración del Sacrificio eucarístico. La presencia de Cristo bajo las sagradas especies que se conservan después de la Misa –presencia que dura mientras subsistan las especies del pan y del vino–, deriva de la celebración del Sacrificio y tiende a la comunión sacramental y espiritual. Corresponde a los Pastores animar, incluso con el testimonio personal, el culto eucarístico, particularmente la exposición del Santísimo Sacramento y la adoración de Cristo presente bajo las especies eucarísticas.
Es hermoso estar con Él y, reclinados sobre su pecho como el discípulo predilecto (cf. Jn 13, 25), palpar el amor infinito de su corazón. Si el cristianismo ha de distinguirse en nuestro tiempo sobre todo por el « arte de la oración », ¿cómo no sentir una renovada necesidad de estar largos ratos en conversación espiritual, en adoración silenciosa, en actitud de amor, ante Cristo presente en el Santísimo Sacramento? ¡Cuántas veces, mis queridos hermanos y hermanas, he hecho esta experiencia y en ella he encontrado fuerza, consuelo y apoyo!
Numerosos Santos nos han dado ejemplo de esta práctica, alabada y recomendada repetidamente por el Magisterio. De manera particular se distinguió por ella San Alfonso María de Ligorio, que escribió: «Entre todas las devociones, ésta de adorar a Jesús sacramentado es la primera, después de los sacramentos, la más apreciada por Dios y la más útil para nosotros». La Eucaristía es un tesoro inestimable; no sólo su celebración, sino también estar ante ella fuera de la Misa, nos da la posibilidad de llegar al manantial mismo de la gracia. Una comunidad cristiana que quiera ser más capaz de contemplar el rostro de Cristo, en el espíritu que he sugerido en las Cartas apostólicas Novo millennio ineunte y Rosarium Virginis Mariae, ha de desarrollar también este aspecto del culto eucarístico, en el que se prolongan y multiplican los frutos de la comunión del Cuerpo y Sangre del Señor. (San Juan Pablo II. Ecclesia de Eucharistia 25).
San Juan Pablo II. Don y misterio:
“Celebrar la Eucaristía es la misión más sublime y más sagrada de todo presbítero. Y para mí, desde los primeros años de sacerdocio, la celebración de la Eucaristía ha sido no sólo el deber más sagrado, sino sobre todo la necesidad más profunda del alma”. (San Juan Pablo II. Don y misterio, capítulo 9, Las aspiraciones profundas del hombre, Pág. 102).
Testimonio del Padre Pío al celebrar una de sus Misas:
El día de la Asunción de María al cielo estaba celebrando la misa y… me sentía morir. Eran dolores físicos y penas internas que martirizaban mi pobre ser. Una tristeza mortal me invadía y me parecía que todo había terminado para mí: la vida terrena y la eterna. Lo que más me atormentaba era no poder manifestar a la divina bondad mi amor y reconocimiento. No me aterrorizaba tanto la idea de ir al infierno, sino la idea de que allí no hay amor…
Tocaba la cima de la agonía y donde pensaba encontrar la muerte, encontré el consuelo de la vida. En el momento de consumir las sagradas especies de la hostia santa, una luz me invadió totalmente y vi claramente a la Madre celeste con su Hijo en brazos que, juntos, me decían: “Tranquilízate. Nosotros estamos contigo, tú nos perteneces y nosotros somos tuyos”.
Dicho esto, no vi nada más. Llegó la calma y la serenidad. Todo el día me sentí ahogado en un océano de dulzura y amor indescriptible. Al ocaso del sol de este día he regresado al estado normal. (San Pío de Pietrelcina. Estigmatizado del siglo XX. Pág. 75).
¡Señor mío y Dios mío!
Me conmueve profundamente Tu Amor inagotable.
Déjame contemplarte y aumenta mi amor por Tí.
Amén.
https://www.youtube.com/live/y-dZiW66dNo?si=CS440VY7jGyr5R6H
Mc 14: 12-16, 22-26. "Hoc est corpus meum". "Esto es mi cuerpo".
Tomad Esto que es mi cuerpo
que se queda entre vosotros.
Andad, que lo sepan todos,
Cristo vive entre nosotros,
he descubierto que es cierto.
Es hermoso estar con Él,
en su pecho reclinados,
como el discípulo amado
que hasta la cruz se ha quedado.
A su lado acudiré.
Muchas horas pasaré
con Jesús Eucaristía,
junto a su Madre María,
que también es Madre mía,
con ella lo adoraré.
Y adorando encontraré
apoyo, fuerza y consuelo,
ya veo a través del velo,
tengo un pedazo de cielo
que ya nunca perderé.
Lato con su corazón,
pienso con su misma mente,
me encuentro divinamente,
que lo sepa mucha gente.