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Evangelio de hoy 17 abril 2024 (Jn 6,35-40) Padre David de Jesús. El Pan de la Vida.

El Evangelio de hoy (Jn 6,35-40):

EN aquel tiempo, dijo Jesús al gentío:

    «Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás; pero, como os he dicho, me habéis visto y no creéis.

Todo lo que me da el Padre vendrá a mí, y al que venga a mí no lo echaré afuera, porque he bajado del cielo no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado.

Esta es la voluntad del que me ha enviado: que no pierda nada de lo que me dio, sino que lo resucite en el último día.

Esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que ve al Hijo y cree en él tenga vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día».

Textos para profundizar:

Nota en el Nuevo Testamento del Padre Iglesias:

EL PAN DE LA VIDA: el pan vital, el que da vida. «En todas partes los granjeros proveen de pan a la humanidad, pero sólo Cristo es el pan de la vida. (...) Aunque se vieran satisfechas todas las hambres físicas del mundo, aunque se diera de comer a todos los hambrientos, por su propio trabajo o por la generosidad ajena, seguiría existiendo la hambruna más profunda del hombre. (...) Os digo, pues: ¡Venid todos a Cristo! Él es el pan de la vida. Venid a Cristo y no volveréis a tener hambre» (Juan Pablo II).

1020. El cristiano que une su propia muerte a la de Jesús ve la muerte como una ida hacia Él y la entrada en la vida eterna. Cuando la Iglesia dice por última vez las palabras de perdón de la absolución de Cristo sobre el cristiano moribundo, lo sella por última vez con una unción fortificante y le da a Cristo en el viático como alimento para el viaje. Le habla entonces con una dulce seguridad:

«Alma cristiana, al salir de este mundo, marcha en el nombre de Dios Padre Todopoderoso, que te creó, en el nombre de Jesucristo, Hijo de Dios vivo, que murió por ti, en el nombre del Espíritu Santo, que sobre ti descendió. Entra en el lugar de la paz y que tu morada esté junto a Dios en Sión, la ciudad santa, con Santa María Virgen, Madre de Dios, con san José y todos los ángeles y santos [...] Te entrego a Dios, y, como criatura suya, te pongo en sus manos, pues es tu Hacedor, que te formó del polvo de la tierra. Y al dejar esta vida, salgan a tu encuentro la Virgen María y todos los ángeles y santos [...] Que puedas contemplar cara a cara a tu Redentor» (Rito de la Unción de Enfermos y de su cuidado pastoral, Orden de recomendación de moribundos, 146-147).

Concilio Vaticano II. Lumen gentium:

Pero muchas veces los hombres, engañados por el Maligno, se pusieron a razonar como personas vacías y cambiaron el Dios verdadero por un ídolo falso, sirviendo a las criaturas en vez de al Creador (cf. Rom 1,21.25). Otras veces, viviendo y muriendo sin Dios en este mundo, están expuestos a la desesperación más radical. Por eso la Iglesia pone todo su cuidado en favorecer las misiones para promover la gloria de Dios y la salvación de todos estos, recordando el mandamiento del Señor: «Predicad el Evangelio a todos los hombres» (Mc 16,16). (Concilio Vaticano II. Lumen gentium 16).

Concilio Vaticano II. Gaudium et spes:

La Iglesia sostiene que el reconocimiento de Dios no se opone de ningún modo a la dignidad del hombre, ya que esta dignidad se funda y se perfecciona en el mismo Dios: pues el hombre ha sido constituido inteligente y libre en la sociedad por Dios creador; y, sobre todo, es llamado a la misma comunión de Dios como hijo y a la participación de su misma felicidad. Enseña además la Iglesia que la esperanza escatológica no disminuye la importancia de las tareas terrenas, sino que más bien proporciona nuevos motivos de apoyo para su cumplimiento. Cuando, por el contrario, faltan el fundamento divino y la esperanza de la vida eterna, la dignidad del hombre sufre gravísimas lesiones, como consta muy a menudo hoy, y quedan sin solución los enigmas de la vida y de la muerte, de la culpa y del dolor, de tal modo que muchas veces los hombres caen en la desesperación. (Concilio Vaticano II. Gaudium et spes 21c).



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