Textos para profundizar
Juan 3, 13-20:
«Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre. Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, asà tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna. Porque tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creÃdo en el nombre del Unigénito de Dios. Este es el juicio: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra el mal detesta la luz, y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras. En cambio, el que obra la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios».
Concilio Vaticano II, Dei Verbum 2:
«Agradó a Dios en su bondad y sabidurÃa revelarse a sà mismo y dar a conocer el misterio de su voluntad (cf. Ef 1,9), en virtud del cual los hombres, por medio de Cristo, Verbo hecho carne, tienen acceso al Padre en el EspÃritu Santo y llegan a ser partÃcipes de la naturaleza divina (cf. Ef 2,18; 2 Pe 1,4). Asà pues, por esta revelación, el Dios invisible (cf. Col 1,15; 1 Tim 1,17), movido por su desbordante caridad, habla a los hombres como amigos (cf. Ex 33,11; Jn 15,14-15) y trata con ellos (cf. Bar 3,38), para invitarlos a la comunión consigo y recibirlos en ella (...) La verdad Ãntima tanto acerca de Dios como de la salvación humana transmitida por medio de esta revelación brilla para nosotros en Cristo, que es a un tiempo mediador y plenitud de toda la revelación».
«Esta economÃa de la revelación se realiza con hechos y palabras intrÃnsecamente conexos entre sÃ, de manera que las obras realizadas por Dios en la historia de la salvación manifiestan y confirman la doctrina y las realidades significados por las palabras; y las palabras, por su parte, proclaman las obras e iluminan el misterio contenido en ellas».
Números 21, 4-9:
«Desde el monte Hor se encaminaron hacia el mar de Suf, rodeando el territorio de Edón. El pueblo se cansó de caminar y habló contra Dios y contra Moisés: «¿Por qué nos has sacado de Egipto para morir en el desierto? No tenemos ni pan ni agua, y nos da náuseas ese pan sin sustancia». El Señor envió contra el pueblo serpientes abrasadoras, que los mordÃan, y murieron muchos de Israel. Entonces el pueblo acudió a Moisés, diciendo: «Hemos pecado hablando contra el Señor y contra ti; reza al Señor para que aparte de nosotros las serpientes». Moisés rezó al Señor por el pueblo y el Señor le respondió: «Haz una serpiente abrasadora y colócala en un estandarte: los mordidos de serpientes quedarán sanos al mirarla». Moisés hizo una serpiente de bronce y la colocó en un estandarte. Cuando una serpiente mordÃa a alguien, este miraba a la serpiente de bronce y salvaba la vida».
Catecismo de la Iglesia Católica 458:
«El Verbo se encarnó para que nosotros conociésemos asà el amor de Dios: "En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él" (1 Jn 4, 9). "Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna" (Jn 3, 16)».
Juan 13, 1-5:
«Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que habÃa llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Estaban cenando; ya el diablo habÃa suscitado en el corazón de Judas, hijo de Simón Iscariote, la intención de entregarlo; y Jesús, sabiendo que el Padre habÃa puesto todo en sus manos, que venÃa de Dios y a Dios volvÃa, se levanta de la cena, se quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñe; luego echa agua en la jofaina y se pone a lavarles los pies a los discÃpulos, secándoselos con la toalla que se habÃa ceñido.
Génesis 22, 1-19:
«Después de estos sucesos, Dios puso a prueba a Abrahán. Le dijo: «¡Abrahán!». Él respondió: «Aquà estoy». Dios dijo: «Toma a tu hijo único, al que amas, a Isaac, y vete a la tierra de Moria y ofrécemelo allà en holocausto en uno de los montes que yo te indicaré».
Catecismo de la Iglesia Católica 219:
«El amor de Dios a Israel es comparado al amor de un padre a su hijo (cf. Os 11,1). Este amor es más fuerte que el amor de una madre a sus hijos (cf. Is 49,14-15). Dios ama a su pueblo más que un esposo a su amada (Is 62,4-5); este amor vencerá incluso las peores infidelidades (cf. Ez 16; Os 11); llegará hasta el don más precioso: "Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único" (Jn 3,16)».